CUANDO LAS FAMILIAS INTERFIEREN: TERAPIA PARA MATRIMONIOS CON CONFLICTOS POR SUEGROS Y CUÑADOS

A veces, las parejas no llegan a terapia porque se dejaron de amar, ni porque ya no quieren seguir juntas. Llegan desgastadas, confundidas, agotadas o abrumadas emocionalmente… por todo lo que gira alrededor. Y en no pocas ocasiones, ese “alrededor” tiene nombres y apellidos: suegros, cuñados, hermanos, padres opinando, decidiendo, cuestionando, o manipulando. 

Recuerdo el caso de Samuel. Su esposa no quería saber nada de “terapias”, pero él no podía más. Durante años había sido testigo silencioso de cómo su madre intervenía en todas sus decisiones familiares: desde cómo decorar la casa hasta con quién pasar las navidades. Su esposa, Clara, ya no tenía energías para pelear. Se sentía desplazada, invisible. Y Samuel, aunque se sentía atrapado entre dos amores —su madre y su esposa—, no lograba poner límites. Cada intento se le convertía en una culpa asfixiante.

“Mi mamá solo quiere lo mejor para mí”, me dijo en la primera sesión. Pero su mirada temblaba. En realidad, lo que su mamá quería era seguir siendo el centro de su mundo, y lo había logrado.

Ese caso me marcó, porque lo que Samuel vino a trabajar no era “cómo ponerle un límite a su madre”, sino algo mucho más profundo: el terror de “perder” el amor de su madre. Esa programación mental subconsciente, se originó desde niño, cuando había aprendido que, si desobedecía a su madre, era un mal hijo. Que, si ponía a su pareja en primer lugar, era desleal. Que debía demostrar su amor aguantando en silencio, cediendo, dejando que otros decidieran por él.

Y estos patrones emocionales y de comportamiento no es algo que se pueda transformar solo con fuerza de voluntad. Si fuera así, nadie tendría sobrepeso, nadie fumaría, nadie seguiría en relaciones destructivas. Pero la verdad es que no decidimos desde la lógica, sino desde caminos neuronales antiguos que dirigen nuestras reacciones.

Por eso, en la University of Consciousness, el trabajo es esencial y profundamente individual. No se necesita que venga la suegra, ni la esposa, ni el cuñado. Solo tú. Porque la forma en que estás participando en -y manteniendo- esa dinámica, aunque no te des cuenta, viene de adentro. No se trata de quién tiene la culpa, sino de qué está pasando en ti que te impide poner ese límite, que te hace sentir responsable de todos, que te hace dudar de ti mismo cuando sabes que algo está mal.

Y este tipo de conflictos —los que surgen por interferencia familiar— son mucho más comunes de lo que parecen. No siempre son tan evidentes como una suegra controladora. A veces son decisiones de pareja que no se pueden tomar sin antes “consultar” a la familia. O conversaciones que no se terminan de cerrar porque “mi mamá piensa que…”. O situaciones en las que uno de los dos siente que siempre está en segundo plano, detrás de las lealtades invisibles del otro.

La programación gravada en el subconsciente, que traemos de nuestras familias de origen es muy poderosa. Es como una aplicación que se ejecuta en segundo plano, dictando cómo debes amar, a quién debes obedecer, cuánto espacio mereces ocupar. Muchos crecimos con ideas como “la familia es lo primero”, “una madre lo ha dado todo y se le debe todo”, “los hombres no deben confrontar a sus padres”, “una buena esposa se adapta a la familia política”. Y esas ideas se nos grabaron y se activan sin que comprendamos como o cuando.

Cuando Samuel comenzó a trabajar en sus propias raíces, algo cambió. No de inmediato. Pero un día, con lágrimas en los ojos, me dijo: —Por primera vez le dije a mi mamá que no iba a ir a la comida familiar porque Clara y yo queríamos pasar ese día solos… y no me sentí culpable. Era un pequeño acto, pero detrás de dicha decisión había una transformación gigantesca. Porque lo importante no es el límite en sí, sino desde dónde lo pones. Si lo haces desde el miedo o desde el enojo, es un límite frágil. Pero cuando nace desde tu verdad interna, desde la programación más profunda, entonces es firme y sereno.

Poco a poco, Samuel fue ocupando un nuevo lugar en su vida. No dejó de amar a su madre, pero dejó de obedecerla ciegamente. No le exigió a su esposa que “entendiera”, sino que se convirtió en un hombre que podía tomar decisiones desde su adulto, no desde su niño temeroso. Y todo eso sin que ellas hicieran una sola sesión. Porque cuando uno sana, la dinámica cambia inevitablemente.

He visto esto muchas veces. Personas que llegan diciendo “mi pareja tiene que cambiar” y que terminan descubriendo que el verdadero conflicto está dentro de ellos mismos: en esa parte que no se siente suficiente, que busca aprobación, que teme el rechazo, que todavía quiere complacer a su padre o a su madre para sentir que merece amor.

Y no, sanar esto no significa alejarse o pelearse con la familia. De hecho, muchas veces, cuando la persona sana su programación limitante, la relación con la familia mejora. Porque ya no está cargada de expectativas ocultas, de manipulación emocional, de miedos no dichos. Aprender a poner límites con amor es uno de los regalos más grandes que uno puede darle tanto a su pareja como a su familia de origen.

Este proceso requiere valentía. Porque no es fácil mirar hacia adentro y aceptar que tú también estás sosteniendo la dinámica que te hace sufrir. Pero también es profundamente liberador. Cuando entiendes por qué has reaccionado como lo has hecho, desde dónde has actuado, y qué heridas no resueltas estás proyectando… entonces puedes empezar a elegir algo distinto.

La terapia en la University of Consciousness no busca darte consejos para manejar a tu suegra o tener conversaciones difíciles con tu cuñado. Busca que descubras cuál es tu programación subconsciente, qué te hace ceder, callar, o explotar. Porque cuando esa raíz cambia, la superficie cambia sola.

Y no necesitas que el otro venga a terapia. Tú eres suficiente para transformar tu parte en la ecuación. Y eso, basta para que toda la relación comience a ordenarse.

Si estás viviendo un conflicto con la familia de tu pareja, o con la tuya, no te castigues ni pienses que esto significa que tu relación está condenada. Significa que algo dentro de ti está listo para evolucionar. Aprovecha ese dolor como una oportunidad de mirar hacia adentro, no para culparte, sino para liberarte. La verdadera paz en la pareja no nace de que los demás cambien, sino de que tú conectes con tu verdad más profunda y aprendas a vivirla con amor y claridad.

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